En el desolado campo de batalla de Aetherius VII, donde las ruinas de un antiguo templo Imperial se alzaban como los últimos vestigios de una civilización que había caído hace mucho, dos fuerzas completamente opuestas se enfrentaron en un choque que resonaría en las crónicas de guerra. De un lado, el imparable enjambre de los Tiránidos, devoradores de mundos, cuya única misión era consumir toda vida. Del otro, las fervientes y fanáticas Hermanas de Batalla, guerreras del Imperio cuya fe era tan poderosa como sus armas.
El combate comenzó con una rápida ofensiva de los Tiránidos. Como un torrente vivo, avanzaron hacia el flanco izquierdo, liderados por el imponente Psicófago, una criatura tan aterradora como gigantesca, cuya mera presencia hacía temblar el aire. Los Termagantes y las criaturas asesinas avanzaban velozmente, tomando control de un objetivo clave antes de que las Hermanas pudieran reaccionar.
Sin embargo, las Adeptas Sororitas no permanecieron pasivas. Con precisión y disciplina, un Rhino blindado avanzó en el flanco opuesto, resguardando a las Hermana Repentia y Sororitas, mientras aprovechaban cada ruina como cobertura natural. Su misión: asegurar el lado contrario del campo de batalla y neutralizar la amenaza del enjambre. Pero la batalla no sería sencilla, y la fe por sí sola no bastaría para enfrentarse a los terrores que se avecinaban.
Entre las líneas de las Hermanas marchaba una figura imponente: la Máquina de Penitencia, una bestia de guerra cuyo piloto, un alma torturada en búsqueda de redención, avanzaba sin miedo ni remordimiento. Esta terrible máquina se lanzó hacia las líneas Tiránidas, desatando un infierno de llamas y cargas eléctricas que envolvían a las criaturas enemigas en un manto de destrucción. Ningún Tiránido parecía capaz de detener su avance. Las pequeñas criaturas cayeron a su paso como hojas bajo la tormenta.
Pero el enjambre no se acobardaría tan fácilmente. Mientras la Máquina de Penitencia sembraba el caos en las filas Tiránidas, las agiles Escuadras Seraphin cayeron desde los cielos, descendiendo con alas propulsadas para acabar con las criaturas bajo su vuelo. Sin embargo, no anticiparon la brutalidad del Psicófago, que las interceptó en un instante. Con furia cegadora, la bestia desgarró a las Seraphin en el aire, desmembrando a las guerreras aladas una por una, mientras el rugido de su hambre retumbaba por todo el campo de batalla.
A pesar del masacre aérea, las Sororitas no se desmoralizaron. Un escuadrón de Repentia cargó contra un enjambre de Termagantes, esperando barrerlos con su fe y acero, pero los Tiránidos tenían sus propios asesinos al acecho. Los letales Von Ryan's Leapers, criaturas sigilosas y letales, se lanzaron en una contracarga devastadora, desgarrando a las Hermanas antes de que pudieran asestar su golpe decisivo. La emboscada cambió rápidamente el rumbo de ese combate, inclinando la balanza a favor del enjambre.
En medio del caos, las bajas se acumulaban rápidamente para ambos bandos. Las ruinas de Aetherius VII estaban ahora cubiertas de escombros, llamas y cuerpos destrozados. Los cantos de batalla de las Adeptas Sororitas resonaban a la par que los gritos alienígenas de los Tiránidos, mientras las fuerzas de ambos bandos caían bajo el peso de la batalla.
En el clímax del enfrentamiento, cuando todo parecía perdido, una nueva oleada de Termagantes surgió de la colmena, infiltrándose en las líneas traseras de las Sororitas. Desesperadas por defender su base, las Hermanas trataron de reorganizarse, pero ya estaban agotadas y divididas.
La batalla decisiva se libraría entre dos monstruos del campo de batalla: la Máquina de Penitencia y el temido Psicófago. La máquina, impulsada por el espíritu penitente de su piloto, lanzó una última carga contra el Psicófago, desatando su furia flamígera y descargas brutales. La bestia, ya herida por su combate con las Seraphin, parecía estar al borde de la derrota. Cada golpe de la Máquina hacía temblar sus placas quitinosas, y la victoria de las Sororitas estaba a solo un instante.
Pero en el último momento, el Psicófago lanzó un contraataque desesperado. Con una precisión brutal y un rugido desgarrador, asestó un golpe mortal que rompió la armadura de la Máquina de Penitencia, silenciando su furia. La gran esperanza de las Adeptas cayó, y con su caída, el destino de la batalla quedó sellado.
Los Tiránidos habían ganado. Apenas sobrevivían unos pocos de sus guerreros, pero el enjambre había logrado lo impensable: aplastar la resistencia de las guerreras del Imperio. La victoria, aunque costosa, pertenecía a las criaturas de la colmena, quienes ahora comenzaban a devorar los restos del campo de batalla, preparando el terreno para la siguiente fase de su avance imparable.
Las Hermanas de Batalla habían luchado con fervor y coraje, pero la fuerza del enjambre había prevalecido. En Aetherius VII, el silencio cayó nuevamente, roto solo por el ruido de las criaturas Tiránidas consumiendo los despojos.
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